Hace un tiempo decidí parar.
No porque no quisiera seguir, sino porque necesitaba respirar.
Después de muchos años trabajando, viviendo con el reloj en la mano y el piloto automático encendido, sentí que había llegado el momento de frenar. De mirar hacia dentro.
Lo curioso es que cuando uno para, al principio cuesta.
El silencio incomoda, el no tener una lista de tareas profesionales parece un vacío. Pero poco a poco, ese espacio empieza a llenarse de algo distinto: de presencia.
Durante estos años he estudiado, me he formado, he aprendido más de lo que imaginaba. Pero sobre todo, he aprendido a mirar la vida de otra manera.
A observar sin tanta prisa.
A escuchar sin pensar en la respuesta.
A entender que muchas veces no hace falta “tener razón”, sino simplemente estar ahí.
Parar me ha ayudado a comprender que la mediación empieza en nosotros mismos.
No se trata solo de acompañar a otros en sus conflictos, sino de reconciliarnos con nuestra propia forma de estar en el mundo.
Porque cuando aprendemos a calmarnos, también cambia la forma en la que hablamos, escuchamos y nos relacionamos.
A veces la pausa es incómoda.
Nos obliga a mirar lo que evitábamos ver.
Pero también es un acto de valentía: parar no es rendirse, es elegir conscientemente cómo queremos seguir caminando.
Hoy miro atrás y sonrío.
Porque este camino no lo he hecho sola.
He tenido la suerte de cruzarme con personas que me han acompañado, que han creído en mí, que me han enseñado sin saberlo.
Y a muchas de ellas les he contagiado un poquito mi forma de ver la vida: con más calma, más diálogo y menos dramatismo (aunque de vez en cuando se me escape alguno 😄).
Gracias a todas esas personas por ser parte de este proceso, por acompañarme y dejarse contagiar.
Porque al final, de eso se trata: de compartir el camino, de aprender unos de otros y de seguir creciendo… aunque sea a otro ritmo.
✨El poder de parar no está en detenerse, sino en volver a empezar con más sentido.
Un abrazo.
Verónica M.


Deja una respuesta