Se acercan las navidades y con ellas esa mezcla rara de ilusión y vértigo que muchos sentimos. Las luces, los villancicos, las cenas interminables… y también esas tensiones familiares que parecen decorar la mesa tanto como el centro de flores.
La Navidad tiene esa capacidad casi mágica de sacar a relucir todo lo que hemos ido guardando bajo la alfombra el resto del año.
La familia que éramos y la familia que somos
En mi familia antes éramos un montón. La mesa necesitaba extensiones y sillas prestadas de los vecinos. Ahora somos menos, y ¿sabes qué? No pasa nada. Algunos primos han decidido celebrar con la familia de su pareja, otros se han ido lejos, y está bien. La vida es así: las familias se transforman, se expanden en unas direcciones y se aflojan en otras.
Pero cuesta. Nos cuesta soltar la idea de “la Navidad perfecta”, esa que teníamos en la cabeza o que vivimos de pequeños. Y ahí es donde empiezan los problemas: cuando intentamos forzar encuentros que ya no tienen sentido o cuando nos empeñamos en que todo sea como antes.
Cuando la mesa es un campo de minas
En mediación veo de todo, pero hay clásicos navideños que se repiten:
– La herencia que todavía colea y convierte cada brindis en un momento incómodo
– Los padres divorciados que tienen que coordinarse para que los niños pasen tiempo con ambas familias (y que a veces usan a los críos como mensajeros)
– Ese cuñado o cuñada con el que simplemente no hay química, y las cinco horas de sobremesa se hacen eternas
– Las diferencias políticas, religiosas o de valores que explotan entre el primer y el segundo plato
Y lo más curioso: muchas veces no es que la gente sea mala o tóxica. Es que hay personas que, aunque compartan apellido, son incompatibles. Y punto. Como en cualquier otro ámbito de la vida, hay gente con la que no conectas, solo que cuando es familia se supone que deberías aguantar porque “es Navidad” y “son los tuyos”.
Pues no. No siempre.
Consejos desde la trinchera (y desde el corazón)
Después de mediar en conflictos familiares y de vivir mis propias navidades imperfectas, he aprendido algunas cosas que pueden hacer estas fechas más llevaderas:
- 1. Baja expectativas, sube realismo
La cena no va a ser perfecta. Tu padre va a hacer ese comentario que ya sabes que te molesta. Tu hermana llegará tarde. Y tu tía preguntará por qué sigues sin pareja o sin hijos (o con pareja, o con hijos, nunca aciertan).
Si asumes que habrá roces, que no todo será Instagram, te frustrarás menos. Las expectativas altísimas son enemigas de disfrutar lo que sí funciona.
- 2. No hace falta estar en todas partes
De verdad. Si este año necesitas celebrar de forma diferente, hazlo. Si prefieres verte con cierta parte de la familia otro día (o directamente no verte), también está bien. La obligación no crea buenos recuerdos, crea resentimiento.
A veces la mejor mediación es la que haces contigo mismo: “¿Qué necesito yo para estar bien estas navidades?” Y desde ahí, tomar decisiones. Eso no te convierte en egoísta, te convierte en responsable de tu propio bienestar.
- 3. Establece límites (con cariño pero con firmeza)
Si sabes que hay temas que encienden la mecha (política, dinero, decisiones del pasado) puedes anticiparte. No con un discurso solemne, sino con naturalidad: “Mejor dejamos ese tema para otro momento, ¿vale?”
Y si alguien insiste, tienes todo el derecho de retirarte un rato. Ir a por agua, salir a que te dé el aire, ayudar en la cocina… Cualquier excusa vale para respirar y resetear.
- 4. Recuerda que no eres responsable de las emociones de otros
Este es el más difícil, pero también el más liberador. Si tu madre se enfada porque decides no ir a la cena, es su emoción, no tu culpa. Si tu hermano se ofende porque no quieres hablar de la herencia en Nochebuena, es su reacción, no tu responsabilidad. Puedes ser empático, puedes explicar tu postura con respeto, pero no puedes (ni debes) cargar con lo que sienten los demás. Cada uno gestiona sus emociones como puede.
Al final, ¿qué es la Navidad?
Para mí la Navidad no es una obligación de estar todos juntos sonriendo en una foto falsa. Es una oportunidad para conectar con quien queremos, como podamos, sin forzar.
A veces esa conexión es una cena de tres horas. Otras veces es una videollamada de diez minutos. Y a veces es decidir que este año necesitas celebrar contigo mismo, con tu pareja, con tus amigos, o con esa parte de la familia con la que sí te sientes bien.
No hay una Navidad correcta. Hay la que tú decides que es buena para ti.
Y si este año te toca lidiar con tensiones, conflictos enquistados o reuniones complicadas, respira hondo. Pon límites. Cuídate. Y recuerda que el 26 de diciembre todo vuelve a la normalidad.
Felices fiestas. De las reales, no de las de postal.


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